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9 4 Oscar Loyola Vega Profesor. Universidad de La Habana. Oscar Loyola V Oscar Loyola V Oscar Loyola V Oscar Loyola V Oscar Loyola Vega ega ega ega ega Reflexiones Reflexiones Reflexiones Reflexiones Reflexiones sobre la escritura sobre la escritura sobre la escritura sobre la escritura sobre la escritura de la historia de la historia de la historia de la historia de la historia en la Cuba actual en la Cuba actual en la Cuba actual en la Cuba actual en la Cuba actual  A nte todo, considero necesario hacer esta profesión de fe inicial: 1. No me concibo —o, como está tan de moda decir, no me pienso— a mí mismo fuera de los quehaceres del historiar, después de veinticinco años de vida profesional. 2. Las reflexiones que a continuación propongo no tienen, de manera previa, a ningún colega in mente ; no me interesan las individualidades ni aludo a casos específicos. Mi intención se centra en la escritura, no en los escritores. La historia tiene una muy larga tradición en Cuba: más de doscientos años de haber dado sus primeros  vagidos, al decir de los estudiosos. Pocas disciplinas del saber disfrutan en nuestro medio de tal ancianidad. Desde la segunda mitad del siglo XVIII, hombres cultos y sapientes han probado sus armas en trabajos históricos, de los cuales no pocos constituyen obras de recia envergadura. El decursar histórico ha estado siempre presente en la problemática intelectual del país. Con toda justeza puede decirse que el gusto por la historia (mejor expresado, por leer sobre historia) es un componente capital de la psicología del cubano. 1 En esto no nos diferenciamos demasiado de otros pueblos latinoamericanos. Sin embargo, debe tenerse presente que el elevado índice de alfabetización existente en nuestro país, a escala continental, no solo en las décadas anteriores a 1959 sino también bajo el colonialismo español, ha ampliado el universo de los lectores de historia, estimulados por la calidad de la producción insular y el precio aceptable de libros, folletos y revistas. El incuestionable movimiento educativo y cultural que desató la Revolución del Primero de Enero, y la necesidad de esta de asumir y utilizar el pasado histórico nacional, con sus mitos y sus tradiciones, sus éxitos y sus fracasos, provocó una eclosión afortunada de los estudios históricos, que se escaparon del marco habitual republicano —estrechez económica, casi ningún apoyo gubernamental, poca estimación y reconocimiento sociales del papel del historiador— y permearon todos los estratos de la sociedad cubana, volcada así a una lógica reinterpretación de su pasado —cada generación reescribe la/su historia— en función de un cambio social radical, imprescindible para reafirmar la actuación cotidiana y, siguiendo pautas habituales en la utilización estatal de la historia, justificar y proyectar el porvenir.  no. 6: 94-100, abril-junio, 1996.

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Oscar Loyola Vega

Profesor. Universidad de La Habana.

Oscar Loyola VOscar Loyola VOscar Loyola VOscar Loyola VOscar Loyola Vegaegaegaegaega

ReflexionesReflexionesReflexionesReflexionesReflexionessobre la escriturasobre la escriturasobre la escriturasobre la escriturasobre la escritura

de la historiade la historiade la historiade la historiade la historiaen la Cuba actualen la Cuba actualen la Cuba actualen la Cuba actualen la Cuba actual

 Ante todo, considero necesario hacer esta profesiónde fe inicial:

1. No me concibo —o, como está tan de moda decir, nome pienso— a mí mismo fuera de los quehaceres delhistoriar, después de veinticinco años de vidaprofesional.

2. Las reflexiones que a continuación propongo notienen, de manera previa, a ningún colega in mente ;no me interesan las individualidades ni aludo a casosespecíficos. Mi intención se centra en la escritura,no en los escritores.

La historia tiene una muy larga tradición en Cuba:más de doscientos años de haber dado sus primeros

 vagidos, al decir de los estudiosos. Pocas disciplinas delsaber disfrutan en nuestro medio de tal ancianidad.Desde la segunda mitad del siglo XVIII, hombres cultosy sapientes han probado sus armas en trabajos históricos,de los cuales no pocos constituyen obras de reciaenvergadura. El decursar histórico ha estado siemprepresente en la problemática intelectual del país. Contoda justeza puede decirse que el gusto por la historia(mejor expresado, por leer sobre historia) es uncomponente capital de la psicología del cubano. 1

En esto no nos diferenciamos demasiado de otrospueblos latinoamericanos. Sin embargo, debe tenerse

presente que el elevado índice de alfabetizaciónexistente en nuestro país, a escala continental, no soloen las décadas anteriores a 1959 sino también bajo elcolonialismo español, ha ampliado el universo de loslectores de historia, estimulados por la calidad de laproducción insular y el precio aceptable de libros,folletos y revistas. El incuestionable movimientoeducativo y cultural que desató la Revolución delPrimero de Enero, y la necesidad de esta de asumir y utilizar el pasado histórico nacional, con sus mitos y sus tradiciones, sus éxitos y sus fracasos, provocó unaeclosión afortunada de los estudios históricos, que seescaparon del marco habitual republicano —estrechezeconómica, casi ningún apoyo gubernamental, pocaestimación y reconocimiento sociales del papel delhistoriador— y permearon todos los estratos de lasociedad cubana, volcada así a una lógica

reinterpretación de su pasado —cada generaciónreescribe la/su historia— en función de un cambiosocial radical, imprescindible para reafirmar laactuación cotidiana y, siguiendo pautas habituales enla utilización estatal de la historia, justificar y proyectarel porvenir.

  no. 6: 94-100, abril-junio, 1996.

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Reflexiones sobre la escritura de la historia en la Cuba actual

 A est as alt uras de la exp osi ció n seguramente haquedado puesto de manifiesto que el análisis se centraen la historia escrita desde Cuba, por autores queproducen en Cuba, ya sea sobre problemas relacionadoscon la historia nacional, o con aspectos concernientesal decursar histórico universal o continental. Resultanecesario aclarar, además, que una reflexión sobre laescritura de la historia en el siglo XIX   cubano implicaríasumergirse en no pocas disquisiciones sobre el desarrollode las llamadas ciencias sociales, y su constitución en lapasada centuria, en áreas del conocimientoindependientes, en particular la sociología; lo quedesbordaría (y transformaría) los objetivos de estetrabajo. De ahí que el análisis se enmarque en la escriturade la historia en la contemporaneidad insular. Dichode otra manera, no se pretende hacer la historia de laescritura decimonónica de la historia; ni muchísimomenos la historia de las obras sobre historia en la propiaetapa; se pretenderá pensar sobre la escritura de lahistoria en la actualidad nacional.

¿Dato vs . interpretación?

Estoy seguro de que para muchos colegas un trabajo

de tal naturaleza es un trabajo «raro». No pocos de losmiembros del gremio preferirían verme laborar

 —inves ti ga r— en fu nc ió n de pr ec is ar , de mane rainobjetable, cuántos clavos remacharon el casco de la«Santa María», o el exacto número de libertos quemurieron a las órdenes de Donato Mármol —si lo logrodesglosar en etnias, edad y propietarios, mi puesto enel Panteón sería indiscutido. Esto hace que mi primerareflexión gire en torno a la fetichización del dato ennuestra asunción del conocimiento histórico. 2  Nodesconozco que en el ambiente histórico nacional hanexistido grandes enfrentamientos entre supuestoscultores del dato en sí y para sí, y connotados escritoresde historia apasionados por una interpretación en granmedida desvinculada de los hechos históricos. Todo estoha sucedido no en el pasado siglo, sino en fecha muy reciente, lo que ha dejado graves secuelas en las

generaciones siguientes. Yo me preguntaría: ¿por quétenemos que seguir reeditando tales enfrentamientos?Con independencia de las simpatías de cada cual —y simpatías aquí equivale a concepción de y sobre lahistoria— es innegable que las excelentes influencias deLanglois y Seignobos en el desarrollo de los estudios

históricos persisten fuertemente en la manera dehistoriar en Cuba, sin que esto implique negar elrelevante lugar que ambos autores se ganaron entre losprincipales impulsores de los métodos del trabajohistórico. La absolutización del llamado «dato», y suabstracción y sobrevaloración, se reflejan en la densidadde la escritura histórica, lastrada comúnmente por unaexcesiva referencia a las fuentes utilizadas. Han sidopublicados no pocos libros, cuyo determinante y casiúnico valor estriba en la enorme información que

 vuelcan sobre el lector. Lo preocupante del caso es quesus autores suelen ser alabados, y aun felicitados, poresconder sus opiniones —si es que las tienen—; vale decir,por negar su subjetividad profesional, característica dela expresión histórica, ampliamente conocida ya porlos más connotados teóricos del positivismo europeodel siglo anterior. Entiéndaseme: no inicio una cruzadacontra el hecho o el dato; abogo simplemente porretirarlos, lo máximo posible, de la escritura.3

Diversificar la geografía

Sería conveniente pensar con detenimiento en ladistribución, por áreas geográficas, de la producción

histórica nacional. No representaría una sorpresaconstatar que las obras sobre la historia de Cubaconstituyen enorme mayoría, lo cual es lógico. Lostrabajos dedicados a la historia de América Latina siguena estos, a mucha distancia. Algo —muy poco— se escribesobre los Estados Unidos. Europa, Asia y Africa estáncasi por completo ausentes de la escritura histórica.

 Varias de las razones que expli can lo expuesto puedocomprenderlas, y aun compartirlas: falta deinformación, escasa salida editorial, no acceso a archivos(¡ah, los socorridos archivos!), poca tradición, etc. Perotodo no puede justificarse tan sencillamente. Ha habido

 —hay— un abandono real y efec tivo de l quehacerhistórico relacionado con lo «de afuera»; es inconcebibleque España o Norteamérica no estén presentes demanera habitual en la producción nacional, por suligazón directa con el acaecer histórico cubano. Las

ausencias señaladas también hay que buscarlas en laconcepción que sobre la historia —la disciplinahistoria— se sostenga. Buena parte de los profesionalesdedicados a la exposición oral o al trabajo de asesoría

 vinculado a estas regiones , están altamente capacitadosen su esfera; pero el temor a no ser considerados

La absolutización del llamado «dato», y su abstracción ysobrevaloración, se reflejan en la densidad de la escriturahistórica, lastrada comúnmente por una excesiva referencia alas fuentes utilizadas. Han sido publicados no pocos libros, cuyodeterminante y casi único valor estriba en la enormeinformación que vuelcan sobre el lector.

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investigadores («historiadores») frena la plasmación porescrito de sus criterios. ¿Cómo competir con acuciososcolegas, que dedican miles de horas de su vida laboral asumergirse en amarillos manuscritos que dormitan enignotos y centenarios fondos? Romper con esto no esfácil: demasiadas décadas lo han condicionado. Sinembargo, hay que hacerlo, o al menos, intentarlo. Laproducción histórica desde Cuba, de cara al siglo XXI,tiene que diversificar su base geográfica.

La historia como interdisciplina

Lo anteriormente expuesto se da la mano con unelemento trascendental: por razones ampliamenteconocidas, los que escriben en Cuba tienen un altísimogrado de desvinculación —involuntaria— con laproducción histórica de avanzada de Europa y losEstados Unidos. Se desconocen las obras fundamentales,

los principales autores, las corrientes en boga. Hemosseguido escribiendo como si la disciplina se hubiesedetenido en el tiempo, muchos años atrás. Losportentosos avances de la sociología, la etnohistoria ola antropología, por solo utilizar tres ejemplos, no hanexistido entre nosotros.4  En gran parte pordesconocimiento y, en no pequeña medida, porsubestimación, la complejidad del trabajointerdisciplinario en la contemporaneidad, las múltiplesrelaciones actuales entre la historia y otras ramas delsaber, son fenómenos que no existen para loshistoriadores del patio. En momentos en que todas lasdisciplinas que se ocupan del hombre se traspasan —enósmosis vivificadora— sus resultados, da la impresiónde que, en Cuba, los profesionales nos complacemosen aislarnos de los científicos sociales vecinos,negándolos, y renunciando a aprovechar sus logros.

¿Qué técnicas se emplean hoy en día en el trabajohistórico? ¿Cuáles son los límites y posibilidades de laoralidad? ¿Tienen fronteras precisas la historia y laliteratura? ¿Puede aplicarse una encuesta apersonalidades fallecidas hace doscientos años? Losejemplos anteriores ponen sobre el tapete la imperiosanecesidad, para los historiadores cubanos, de actualizarsea la mayor brevedad, sobre todo en lo referente atécnicas. Creo que son utilísimos, no tengo nadapersonal contra ellos, pero, ¿hasta cuándo el fichaje, elclasificador, la guía temática, los rubricadores, etc.,constituirán el centro —en algunos, el único— del arsenalde métodos y técnicas? Otras disciplinas pueden ayudarmucho a transformar tal concepción, que determina — ¡qué duda cabe!— la escritura de la historia.

La diferencia entre el trabajo histórico en los finalesde este siglo y el de mediados de la propia centuria, es

abismal. No se puede negar —peor aún, despreciar— los avances obtenidos. Y se constata con sorpresa y dolorque no pocos de los historiadores que viajan alextranjero se desesperan por realizar amplísimostrabajos de archivo, con absoluto desinterés por dedicarparte de su estancia a estudiar el desarrollo teórico-

práctico de la disciplina. A su regreso, los sustanciosos«datos», localizados con encomiable esfuerzo, serán

 vert idos en una escr itura tradici onal, obsole ta en losderroteros de la narración histórica del textocontemporáneo.

De la teoría

De lo visto se deriva una característica notable denuestra producción histórica: la falta de obras teóricassobre el género. Si se revisan con cuidado los trabajoshistóricos, en un lapso abarcador, sorprende el pocointerés mostrado por los historiadores cubanos enanalizar los marcos teórico-investigativos y lospresupuestos —o supuestos— metodológicos de ladisciplina. En esto no se ha hecho más que seguir losderroteros de la historia a escala universal: es notorioque la rama de las «ciencias» sociales menos dada a la

teorización introspectiva, a estudiarse a sí misma, hasido la historia. Sin embargo, tal situación ha comenzadoa revertirse en las últimas décadas; impulsados por otrosespecialistas, los escritores de historia, en las nacionesmás avanzadas dentro de la profesión, han aumentadoconsiderablemente los estudios relativos a lasconcepciones, los métodos y técnicas a emplear, losreferentes históricos, la asunción del texto en tantoartefacto, la relación hecho-sujeto, et al .5

 A esca la nac iona l, el vuelco apenas ha empezado.Las investigaciones histórico-concretas predominan demanera abrumadora. Siguiendo la tradición establecidadesde el siglo XIX , es muy difícil, en nuestro caso, queun colega analice los métodos y los supuestos a travésde los cuales ha llegado a resultados concretos, y muchomenos que se plantee los problemas globales de lainvestigación histórica, las realidades conceptuales, o

la vinculación de su disciplina con otras afines. No setrata aquí de desarrollar mejor los estudioshistoriográficos, en su sentido habitual; obras de estecorte, si bien poco abundantes, existen; se trata deinteriorizar, de una vez por todas, que una materia queno elabora su corpus teórico se estanca, antes decomenzar a retroceder. Es imprescindible, para todarama del saber, la reelaboración constante de suspresupuestos y de sus métodos; no solo para las llamadasciencias exactas, o para las otras «ciencias sociales». Laescritura de la historia en Cuba necesita con urgencia laampliación de los trabajos teóricos.

Recuperar el ensayo histórico

Casi todas las investigaciones hechas en la Isla se

plasman en forma de libros, folletos, artículos diversos,a no dudar, muy sólidos. Se echa de menos, sin embargo,un género trascendental en los estudios sobre lasociedad: el ensayo. Este, en su correcta acepción, casibrilla por su ausencia. Escoger un problema «histórico»,desconstruirlo, analizarlo en sus posibles connotaciones,

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Reflexiones sobre la escritura de la historia en la Cuba actual

relacionarlo con otros similares y llegar a conclusionespersonales, es un fenómeno semidesconocido en laproducción histórica nacional contemporánea, conhonrosas excepciones.

La tradición cubana, en lo referente al ensayo, fueexcelente desde los albores del XI X   hasta hacerelativamente poco. La calidad de los ensayistas insularesera altamente reconocida dentro de las letrashispanoamericanas. Varela, Saco, Luz, Martí, Varona y Emilio Roig —por solo recordar algunos—, queriéndoloo no, conscientes de ello o no, escribieron trabajoshistóricos que marcaron pautas en la ensayística nacional.La materia prima (información abundante) jamás faltóen ninguno; por el contrario, de su plenitud dependiósu condición de prosistas. No se olvide, sin embargo,que si a muchos años de haber sido escritas, sus obras seleen hoy por hoy con admiración y provecho, esto sedebe al análisis realizado y al compromiso personalestablecido a través de sus juicios; vale decir, al yo delescritor devenido ensayista.

 Actu almente el ensayo es po co cult iv ado. Lasinvestigaciones «concretas», con su fárrago de datos y hechos —¡los nunca bien alabados hechos!—, lo hansepultado. Mientras más citas, más «objetividad», menossujeto, menos yo. Trabajos hay que no contienen un

solo juicio personal: son transcripciones de documentosde archivo, sin que siquiera el ordenamiento cronológicointente reflejar una problematización interpretativa. Estoes válido en ciertas investigaciones, cuyo objetivofundamental puede ser establecer información o«demostrar» algo nuevo, sobre la base de fuentes noutilizadas. Pero la crónica, la descripción como objetivofinal, o el presentar los sucesos «como realmentesucedieron», según la famosísima frase de Leopold vonRanke, no es escribir historia.6 Por otra parte, la pobrezadel ensayo histórico-social en la actualidad —actualidadque ya se extiende demasiado— ha llevado, en no pocospremios creados para estimular los estudios sociales, alaurear como pertenecientes al género a simplesinvestigaciones cronicoides, nada sospechosas de aspirara una connotación ensayística. Tarea primordial para laescritura de la historia en Cuba es la de rehabilitar elensayo, y reasumir el yo histórico del narrador.

 Autóctono, común y preciso

La manera en que se escribe la historia en nuestrospredios entraña una notable deficiencia, que está

grandemente relacionada con la falta de obras deproyección teórica, y debe ser enmarcada en dosdirecciones:

Primera: el caos existente en la aplicación deconceptos o, si se prefiere, la pobreza y confusión quereinan en la utilización del vocabulario histórico. Todadisciplina se asienta, se consolida y avanza cuando es

capaz de presentar un corpus   conceptual que lasingulariza entre las materias afines. En el caso de lahistoria, es notable que las investigaciones concretas handesplazado, de manera abrumadora, la preocupación desus cultores por establecer y desarrollar un vocabulariopropio, instrumento de trabajo imprescindible; el léxicohistórico se ha formado, en mucha medida, con lautilización renovada de palabras de arraigo popular, quepueden asumir diferentes significados en función de las«necesidades expresivas» de la escritura histórica. EnCuba, la confusión terminológica, el caos conceptual,llega a ser, en algunos profesionales, francamentelamentable. Muy lejos estoy de pretender resucitar elantidialéctico sistema de categorías foráneas, adaptablea todas las materias que estudian al Hombre (según susdefensores), y que se quiso aplicar en nuestro país; perono se puede dudar de que toda disciplina exige un

 vocabulario específ ico. La histor ia lo tiene, aunque seaarcaico y poco flexible; empero, nuestros profesionaleslo utilizan —a veces, lo destrozan— sin el rigor necesario.

 Y lo peo r del caso es que, det rás de esa ut ili zacióncaprichosa, no hay una fundamentación conceptualdinámica del porqué; solo una lamentable confusiónanima, regularmente, la acepción empleada. Tampocoquiero que se uniformen todos los estilos —en algunoscasos no vendría mal, sería una garantía delegibilidad—; creo, sin embargo, que hay que avanzaren la dirección de que los contenidos respondan a unaparato categorial autóctono, común y preciso.

Segunda: la escritura de la historia en Cuba está auna distancia infinita —sé que soy muy tajante; pidoperdón— de aprovechar el vocabulario que ofrecen otrasramas similares. No se trata de copiar los conceptosajenos; pero bien que pudiéramos interesarnos por ellos

y aplicar, cuando fuere necesario, sus ventajas. El granavance experimentado por las materias sociales ha traídocomo consecuencia una eficaz aplicación de sus léxicos,a menudo intercambiables. Rol, estructura, imaginario,mentalidades, icono, desconstruir, metarrelato, largaduración, referente, diacronía, tropo histórico o pre-

Se desconocen las obras fundamentales, los principales autores,las corrientes en boga. Hemos seguido escribiendo como si ladisciplina se hubiese detenido en el tiempo, muchos años atrás.Los portentosos avances de la sociología, la etnohistoria o laantropología, por solo utilizar tres ejemplos, no han existidoentre nosotros.

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texto, son conceptos muy actuales —aunque, porsupuesto, pueden ser discutibles— que se emplean demanera constante por colegas de excepcional formacióncientífica, en regiones de avanzada. ¿Cuántos en Cubalos utilizamos, o al menos, nos hemos interesado porellos?7  Puedo recordar una investigación muy sólida,aparecida hace poco, en la que el concepto «imaginariopopular» no era empleado, a pesar de ser punto menosque el objeto de trabajo del autor, con cuya utilizacióneste se hubiese ahorrado no pocos rodeos lexicales que,por falta del vocabulario idóneo, se vio obligado aemplear. El terror que sentimos los historiadores porla asunción de nuevos conceptos, se da de bruces con larelación historia-ciencias sociales preconizada con ardorpor tantos colegas en la contemporaneidad. Será cadadía más difícil mantenernos aislados (puros) en unmundo en el que los problemas del hombre y de lasociedad, se tornan complejos de manera acelerada. Lareactualización del vocabulario histórico, el estudio

exhaustivo de otras disciplinas, y su aparato conceptual,solo pueden redundar en beneficio de la escritura de lahistoria desde Cuba. Sin lanzarnos a util izarindiscriminadamente cuanta palabrita —o palabreja— salga al mercado, los conceptos que han demostrado su

 validez en otras ramas deben ser incorporados al arsenaldel historiador cubano, en la medida en que seanconvenientes para el trabajo de investigación. Con estono introduciríamos una innovación peligrosa, cuyosalcances no hayan valorado, aceptado y superado, loscolegas extranjeros. De no hacerlo corremos el riesgode hablar, a las puertas del siglo XXI , una «lenguahistórica» pre-renancentista. Con la agravante de ser losúnicos historiadores del planeta en emplearla.

Historia y lenguaje

Es conveniente reflexionar sobre un aspecto va lo rado co mo secund ar io po r los hi st or ia dore scontemporáneos en Cuba. Me refiero a la calidad de laprosa utilizada, que es, francamente, deficiente. Cuandose revisa la producción histórica del siglo pasado y mucha de la del actual, llama poderosamente la atenciónel elevado grado de perfección alcanzado por loshistoriadores en un instrumento de trabajo fundamentalcomo es el lenguaje. No pocas de las páginas escritas enlibros y ensayos de historia clasifican entre las mejoresy más enjundiosas cuartil las de nuestra literatura.Prosistas como los mencionados en un párrafoprecedente elevaron al más alto rango la escriturahistórica; sus continuadores, en la actual centuria,hicieron honor a esta tradición: de Fernando Ortiz a

 Jul io Le Riverend la dis cip lin a ha ten ido excelentes

escritores.Muy diferente resulta el panorama en los últimosaños. Preocupados enormemente por los datos, por la

 verac idad informativa, o por la posib le interpretación;con una formación escolar muy deficiente sobre lasreglas y preceptos constituyentes de la gramática

española, los historiadores cubanos destrozan el idioma,con la agravante de aniquilar así la exposición del propioobjeto de estudio. Una revisión, hecha muy por encima,de los escritos históricos contemporáneos revela un grandesconocimiento de la concordancia entre sujeto y 

 verbo; un —a veces, feliz— olvido del lugar adecuadopara el adjetivo —¡que vivan los adjetivos!— en laoración; una inconcebible despreocupación por el usodel diccionario, que lleva a emplear palabras «que suenenbien» en detrimento de las correctas; una pasióndesmedida por el uso de calificativos, que se escapandel escritor a manos llenas, y, de la misma manera, unaeclosión de demostrativos que alcanzó —en ciertacuartilla cuyo autor no quiero recordar— la cifra dediecisiete; una ignorancia supina en relación con lafunción del adverbio, cuya utilización aplasta al lector;una inconsecuencia total en el empleo de los tiempos

 verbales propios de la escritura histórica, los que, lejosde ser util izados para enfatizar —en particular el

presente—, acentúan la impresión errática de laredacción. ¿Para qué continuar ejemplificando?

 Afortunadamente, el caos no es aún absoluto. No hemosdescubierto las interjecciones.

Se hace evidente que los errores señalados en lautilización adecuada del idioma español vanacompañados del empleo arbitrario de los signos depuntuación. Ha sido un recurso socorrido culpar a lasmecanógrafas de las faltas de ortografía o, en sumomento, achacarlas a erratas de edición. Con eldesarrollo de la tecnología es harto probable que sepretenda endilgar a las computadoras las carencias quesolo pertenecen al autor. En todos los casos, sinembargo, siempre ha sido más difícil la autoexoneraciónen relación con los signos de puntuación. Escritos hay en que coma, punto y coma y punto y seguido seintercambian festinadamente; en otros, por el contrario,

el «creador» solo conoce el punto y aparte, asociando,en deliciosa simbiosis, redacción histórica contelegramas. La conjunción de una puntuación muy deficiente con graves errores gramaticales lleva, si se tratadel lector, al delirium tremens ; si del analista, a constatarun nuevo problema.

Esto tiene que ver con la oscuridad de la redacción,o lo que viene a ser lo mismo, con la incomprensióngenerada por —y en— el texto histórico. Errores de lamagnitud de los señalados, aunque a no pocos puedanparecer intrascendentes, tienen la misma importanciaque se le daría a un objeto material mal elaborado, noacabado; vale decir, chapucero y, por tanto, limitadoen sus funciones. Un texto histórico mal puntuado,gramaticalmente deficiente, trasluce un escrito pococomprensible, con un mensaje que se hace más oscuroen la medida justa en que aumenten sus errores; su

asunción se dificulta, se empaña. La incomprensión delcontenido, que genera un acabado incompleto, estápresente en buena parte de la escritura de la historiadesde Cuba, agravado por el hecho de que muchosautores superponen expresiones, confunden oracionesprincipales con subordinadas, alteran el orden lógico

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Reflexiones sobre la escritura de la historia en la Cuba actual

gramatical en la estructura interna de la frase, y hacen,en suma, el mayor esfuerzo —conscientes o no— porenrevesar el sentido de la exposición. Existe unaincuestionable reticencia —tanto entre los escritores deobra reconocida como entre los jóvenes aspirantes ahistoriadores— a considerar el estudio de la gramáticacomo un instrumento imprescindible del trabajocotidiano, al mismo nivel que la «técnica» del fichaje.8

 Y as í la es cr itur a de la hi stor ia sigue pr es entando

notables imprecisiones que limitan grandemente sualcance definitivo.

El valor del texto

El recorrido efectuado a través de algunas de lascaracterísticas que presenta la escritura de la historia enla actualidad nacional quedaría muy incompleto si nose hiciese hincapié, finalmente, en un hecho relevantedentro de las discusiones teóricas sobre la disciplina,desarrolladas en los últimos años: el texto en sí mismo.La importancia del tema nunca será suficientementedestacada; no hace falta ser un gran analista de la historiapara entender la trascendencia de la exposición. Todoescritor histórico —si se respeta— ha experimentado elpeso que sobre sí tiene el valor de la redacción, es decir,

el acto de iniciar la comunicación de ideas a los otros,que incluso pueden, inicialmente, no compartirlas. Elbinomio redacción-texto en los avatares históricos, eraya conocido desde la Antigüedad, y está en la génesismisma de la rama del saber a la que se aplica el nombrede historia. Las enormes posibilidades del texto, susfunciones y connotaciones —léase, su carácter literario— amplifican o minimizan los resultados de lainvestigación histórica.

Personalmente, siempre he creído en el valor deltexto. Obsérvese que aquí no se habla de su correccióngramatical, lo que ya ha sido analizado, sino de suspotencialidades intrínsecas como transmisor —¿el único,quizás?— del decursar pasado-presente. Una cosa es ladiscusión sobre si es preferible la exposición lineal dedatos y hechos, por un lado, o la utilización de estos enaras de una constante interpretación histórica, por otro;

y otra cosa bien distinta es que ambas opciones puedenaprovechar mucho mejor la forma expositiva. Loshistoriadores cubanos estamos muy lejos de comprenderesta realidad, nada nueva, si bien hacía mucho tiempoque no emergía con suficiente intensidad en los trabajosteóricos.9 Los creadores literarios, por razones evidentes,

siempre han estado muy al tanto de cuándo y cómo laescritura se les «escapa», tratando de convertirse enautónoma, y de imponerse y sojuzgar al autor. ¿Quiénpuede, definitivamente, negar los elementos y el poderliterario de la historia? En gran medida, esta se expresaa través de un texto —de un artefacto, como algunosteóricos actuales prefieren llamarlo, sin que se desmientaasí el carácter investigativo, «científico», de lasconclusiones históricas alcanzadas.

Hay que aprender a explotar tales posibilidades. Hay que entender de una vez por todas que la emotividad,el ardor creativo, la utilización de símiles y metáforas,no están reñidos con la redacción histórica; antes bien,pueden constituirse en valiosos recursos comunicativos.Muy buenas investigaciones, correctamente redactadas,dejan la impresión en el lector de que su autor equivocóel tono narrativo. No se trata de organizar la exposiciónhistórica como si se estuviese en presencia de una novela,un cuento, o un poema; pero no puede ignorarse quemuchos escritos históricos ganarían en eficacia, elevaríansu poder trasmisor, tendrían una mayor capacidad deconvencimiento —no solo dentro del gremio, sino enel lector común—, de aprovechar adecuadamente losrecursos propios de la literatura; entiéndase, no parahacer literatura, sino para hacer —escribir— mejorhistoria.

Podrá objetarse que el texto va surgiendo en lamedida en que se redacta, lo que no es por completodesacertado. Pero piénsese también que el escritorhistórico, en diferentes etapas de su trabajo, diseña lainvestigación, la lleva a vías de hecho, la discute conmúltiples colegas —no en todos los casos, porsupuesto—, organiza su redacción y, ya inmerso en esta,distribuye información-interpretación en capítulos,acápites, párrafos y oraciones. ¿Por qué entonces nodedicar el tiempo conveniente a la estructura literaria

 —quiero decir, a la escritura— que asumirá el resultadofinal? A poco que se piense, puede uno darse cuenta deque el paso señalado sería determinante. Cadaacontecimiento o proceso histórico puede expresarse,narrarse, de varias maneras. No exige la misma escritura

 —para ejemplificar de manera sencilla— el análisis de lacrisis de la plantación esclavista que la muerte de Carlos

Manuel de Céspedes. El texto actúa como un elementocomunicador de tanta importancia como el contenidoy el mensaje históricos. Los historiadores y los literatosdel patio tenemos un texto paradigmático en la historiay la literatura nacionales:  Nuestra América , de José Martí.¿Puede alguien imaginar el contenido histórico concreto

Sorprende el poco interés mostrado por los historiadorescubanos en analizar los marcos teórico-investigativos y lospresupuestos —o supuestos— metodológicos de la disciplina.[...] Las investigaciones histórico-concretas predominan demanera abrumadora.

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de este maravilloso ensayo en otro continente? ¿Surtiría

el mismo efecto su lectura si el autor hubieseseleccionado como forma expositiva un texto quedescribiese linealmente las razones y argumentos queallí se leen? No, seguramente. En este caso la escriturahistórica, el texto, multiplicó los efectos del mensaje,haciéndolo imperecedero.

No abogo porque la forma desplace al contenido enla escritura de la historia; argumento en favor de queambos recuperen, como en tiempos no tan lejanostuvieron, su complementariedad. No oponerlos,hacerlos fraternizar. Entender la autonomía del textoen ciertas circunstancias no significa someterse a élindiscriminadamente, sino aprovecharlo en función delmensaje histórico. En este, como en otros aspectos yaanalizados, los historiadores cubanos no podemos seguirignorando las discusiones y los aportes de los centroscapitales de elaboración de la teoría históricacontemporánea. Saber qué se discute en torno a laespecialidad propia es un requisito imprescindible para

 va lidar a un es tudioso; cono cer el deba te sobre laexistencia en sí, los métodos y técnicas, el objeto detrabajo, de la rama a que se dedica cada cual esdeterminante para los resultados que se obtengan. Ladisciplina historia —agobiada por el peso de los siglos,renegada por algunos, con ese fardo encima de suscultores, halada por otras ramas que también estudianal Hombre—, lenta, inexorablemente, avanza, cambiasus métodos, se dinamiza, para esperar con nuevasenergías el siglo XXI.10 La «forma espiritual en que unacultura se rinde cuentas de su pasado», para llamarla dela manera poética en que Johann Huizinga lo hizo haceya bastante tiempo, transforma su escritura. DesdeCuba, ayudémosla.

Profesión de fe al acabar

Lo haremos. Tengo absoluta confianza en que loharemos. Con mayor o menor éxito, pero lo haremos.La escritura de la historia es nuestra. ¡Adelante,Herodotos!

Notas

1. Son ampliamente conocidas las confusiones terminológicas que el voc abl o historia presenta. Lo utilizo no en su sentido de «hechostranscurridos en el pasado», sino en el de rama del saber que estudiatales hechos y los procesos concatenados por ellos o sus rupturas.

2. Los conceptos dato y hecho van a repetirse, mucho más de lo que yoquisiera, en este trabajo, prueba fehaciente del altísimo grado con quehan marcado el quehacer del historiador.

3. Casi estoy convencido (aunque espante a mis colegas) de que terminarémi vida profesional sin saber con certeza qué es un hecho histórico.

4. El desglose y la subdivisión de las llamadas ciencias sociales es, hoy en día, fascinante. De continuar, hará falta una rama especializada, deentre ellas, que se ocupe de seguirle los pasos a tal atomización.

5. Lo expuesto se refleja en el espacio, cada vez mayor, alcanzado por ladiscusión teórica en los congresos internacionales de historia, a juzgarpor las diferentes memorias editadas.

6. La expresión de Ranke «wie is eigentlich gewesen» , en tanto concepción

sobre la historia, tenía plena validez ciento cincuenta años atrás; hoy esfrancamente inconcebible. Sin embargo, aunque lo nieguen, para nopocos autores mantiene plena vigencia.

7. No solo apenas se utilizan, sino que despierta suspicacias, por «faltade seriedad histórica», el trabajo donde aparezcan. Mientras más arcaicoel vocabulario técnico, mejor, más «histórico». Tal parece ser la tónicaimperante.

8. Es común hablar de dicha técnica; no creo haber conocido a doshistoriadores que fichen igual, lo que me hace sustentar el criterio deque la técnica del fichaje consiste precisamente en la ausencia de técnica.

9. De Michel de Certeau a Hayden White, sin olvidar a Paul Veyne, elproblema del texto como narración es bastante analizado por losespecialistas contemporáneos; haciendo justicia, ya se había aproximadoa él R.G. Collingwood. Y si se sigue retrocediendo, Jules Michelet loconocía, aun cuando no considerase necesario —o no pudiese— planteárselo teóricamente. Y debieron trabajarlo muchísimo Homero,Herodoto y Tucídides, cuyos lectores —o sea, cuyo auditorio— conocíanperfectamente bien el argumento histórico. El acercamiento a la historia

se producía entonces a través de la literatura, del texto; no del contenido.

10. Por ahora, y para decepción de Francis Fukuyama, todos sabemosque la historia no termina.

©  , 1996.